Menos teoría, más práctica
El modelo educativo universitario español sigue anclado, en muchos casos, en un sistema tradicional: un profesor habla, los alumnos escuchan. Pero el mercado laboral no funciona así. La mayoría de los estudiantes perciben que la formación que reciben no los prepara para los retos reales de un trabajo. De hecho, un 70% de los universitarios considera que existe un desajuste entre lo que aprenden y lo que las empresas necesitan. Y tienen razón. Competencias clave como el pensamiento crítico, la creatividad o la capacidad de colaboración, que son muy valoradas por las empresas, brillan por su ausencia en los programas de estudio.
Muchos universitarios deben completar su formación con estudios de postgrado para contar con conocimientos y experiencia más acorde a las necesidades del mercado laboral. ¿Por qué no se incluyen dentro del plan de estudios de las carreras universitarias? Y no solo conocimientos técnicos, si no soft skills como hablar en público, preparar presentaciones o técnicas para trabajar en equipo con plataformas colaborativas.
El impacto en los jóvenes y en el mercado laboral
La desconexión entre universidad y empleo tiene consecuencias directas en los graduados: frustración, pérdida de tiempo y dinero, y la sensación de haber hecho un esfuerzo en vano. Pero no es solo un problema para ellos. El mercado laboral también lo sufre. Áreas estratégicas como la informática o las ingenierías necesitan urgentemente profesionales cualificados, pero las universidades no producen suficientes egresados para cubrir la demanda. Por ejemplo, la oferta de plazas en informática ha aumentado en los últimos años, pero sigue siendo un 36,3% inferior a la demanda del mercado.
En otras palabras, mientras algunos sectores padecen un exceso de titulados, otros no logran atraer suficiente talento. El resultado es un mercado laboral desajustado, ineficiente y con profesionales poco preparados para los retos del futuro.
¿Por qué pasa esto?
Las causas son variadas, pero todas apuntan al mismo problema: un sistema universitario que no se adapta a los cambios del mercado laboral. El ritmo al que evolucionan las necesidades de las empresas es vertiginoso, impulsado por la tecnología y la globalización. Sin embargo, los programas de estudio universitarios se actualizan muy lentamente.
Además, la falta de colaboración entre universidades y empresas agrava la situación. En países donde esta relación es más estrecha, como Alemania o los países nórdicos, los desajustes entre formación y empleo son mucho menores. En España, en cambio, parece que ambos mundos caminan en paralelo, sin llegar a encontrarse.
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¿Qué se puede hacer?
Solucionar este problema requiere un cambio profundo en el enfoque educativo. Algunas estrategias podrían ser:
- Otorgar más autonomía a las universidades: Que puedan ajustar sus programas de estudio según las necesidades del mercado laboral y colaborar estrechamente con empresas para diseñar currículos más prácticos y actualizados.
- Fomentar el aprendizaje continuo (lifelong learning): En un mundo en constante cambio, los profesionales necesitan seguir formándose a lo largo de toda su vida laboral. Conceptos como el reskilling (adquirir nuevas habilidades) y el upskilling (mejorar habilidades existentes) deberían formar parte de la oferta educativa de universidades y empresas.
- Incorporar competencias transversales: Las empresas valoran cada vez más habilidades como la adaptabilidad, la resolución de problemas o la comunicación efectiva. Estas competencias deberían estar integradas en todos los programas de estudio, independientemente de la carrera.
- Promover las prácticas laborales: Muchas universidades ya ofrecen programas de prácticas en empresas, pero estas deberían ser obligatorias y estar mejor integradas en el plan de estudios. Así, los estudiantes tendrían una experiencia real del mundo laboral antes de graduarse.
- Reorientar las carreras menos demandadas: No se trata de eliminar las titulaciones con menos salidas laborales, sino de darles un enfoque más práctico y versátil. Por ejemplo, un graduado en Historia podría formarse en análisis de datos o gestión cultural, áreas donde su perfil sería altamente valorado.
¿Hay luz al final del túnel?
A pesar del panorama desalentador, hay motivos para el optimismo. Las universidades españolas están empezando a tomar conciencia del problema y a implementar cambios. Además, cada vez más empresas están apostando por la formación continua de sus empleados, entendiendo que no pueden esperar que las universidades les proporcionen todo lo que necesitan.
El reto es grande, pero no imposible. España tiene un gran potencial, con una población universitaria bien formada y un mercado laboral que, aunque imperfecto, sigue ofreciendo oportunidades. Lo que falta es tender puentes entre ambos mundos, romper la desconexión y construir un sistema educativo que no solo forme a los jóvenes, sino que los prepare para un futuro lleno de desafíos y posibilidades.
En definitiva, la universidad no puede ser un fin en sí misma. Debe ser un medio para que los jóvenes desarrollen su talento, encuentren su lugar en el mercado laboral y contribuyan al progreso de la sociedad. Porque, al final, no se trata solo de aprender, sino de saber para qué estamos aprendiendo. Y esa es una pregunta que el sistema educativo español aún tiene pendiente de responder.